El futuro del peronismo es siempre el pasado. No el pasado como historia, sino como mito, reluciente y perfecto. Un invento.
«Volver”, el tango de Cristina Kirchner. Nostálgico y desgarrador. “Vuelve” el día del “retorno” de Perón, “vuelve” entre la multitud gritando “candidata” como en el “día del renunciamiento” de Eva. Toda una simbología. El peronismo es el partido del eterno retorno de los que nunca se han ido. A unos les parecerá épico, a otros rancio.
No creo que vuelva con “la frente marchita”, pero sí “con el alma aferrada a un dulce recuerdo”, como si “veinte años” no fueran “nada”. Un tango ¡Y qué tango! ¿No es un guión ya visto? El futuro del peronismo es siempre el pasado. No el pasado como historia, con sus claroscuros, sino el pasado como mito, reluciente y perfecto. Un invento.
La historia es degeneración, decía Platón, la vida es corrupción, enseñan los padres de la Iglesia. La perfección está en los orígenes, la inocencia en la creación. Madre y profeta, Cristina llevará allí a su pueblo, el “pueblo elegido”. ¿Cómo? Con la “fuerza de la esperanza”, ¡qué preguntas! ¿Una broma? ¿Un folletín? ¿Un burlseque? En absoluto: crónica.
¿De qué sorprenderse? El peronismo es una religión política. Y la religión es simbolismo, ritualidad. La revolución es religión, dijo alguien que sabía de eso, y la religión es repetición. Tal cual. Silvia Sigal y Eliseo Verón lo escribieron hace muchos años: el peronismo siempre aspira a reproducir las condiciones de su nacimiento. Es cierto. ¿Que quiere decir? Lo digo a mi manera: pecado, expiación, redención.
¿El pecado? Todos lo ven: decadencia, miseria, violencia, un país a la deriva. ¿La culpa? De otros. ¿El pecador? Los demás. El “partido militar” que derrocó a Yrigoyen, los magistrados que “causan” la inflación, Macri que “endeudó al país”. Y así. Poco importa que Perón esutivera en los blindados de 1930 y fundó el régimen militar de 1943, que el déficit fiscal que encarece los precios sea una marca crónica peronista, que las deudas macristas sirvieron para llenar las arcas dejada vacías por Cristina. La historia de la salvación no es cuestión de hechos sino de fe, no es realidad sino fábula. Un cuento de hadas a veces como esta vez bruto y manipulado, tosco y desvergonzado.
El pecado exige expiación. ¡Qué larga travesía del desierto le tocó, suspira Cristina, qué “exilio e proscripción”! ¡Cuántas privaciones, cuántas infamias, cuántas injusticias ha sufrido! ¡Cuánto odio ella tan llena de amor, cuántos juicios ella tan honesta, cuánta picota ella tan humilde! Incluso un tentado atentado. ¿Cómo no evocar la cruz? El bocado más amargo fue Alberto Fernández: ¡se lo tuvo que tragar para unir el partido y sacar a los cipayos! Inútil e inepto, al menos le sirve ahora como chivo expiatorio, otro culpable en su lugar. ¿Suena repugnante tanta victimización? ¡Claro! Pero es parte del guión: el dolor purifica, el martirio beatifica. Purificada y beatificada, está lista para el gran regreso. ¡Volver!
Más que un retorno, una redención. Triunfalista y autocelebrativa, pomposa y definitiva. Atacarla a ella es atacar al peronismo, dice. Peronismo que solo ella puede unir, asegura. El peronismo es ella, ella es el peronismo. Y como el peronismo que “parecía muerto y sepultado”, ella también “siempre termina reencarnándose”.
¿En qué? ¡En el peronismo eterno, el nacional católico de los orígenes! Así va el silogismo místico: Cristina ha resucitado. Eso es todo, no haría falta hablar tanto. De nada sirve buscar rastros de un programa, ir con la linterna para encontrar propuestas. No aspira a convencer sino a convertir, no habla a la razón sino a la devoción, no propone nuevas ideas para persuadir al votante sino las ideas de siempre para retener a los fieles.
Aquí está reivindicando la “industrialización” en plena era digital, re-proponiendo el habitual y nocivo control de “precios, salarios y tarifas”, exclamando, vaya banalidad, que “la política es el trabajo”, ella que se izó en la caridad estatal . Nada nuevo, ningun vuelo.
Hasta aquí, tanto ruido y pocas nueces: ¿volver para que? Suficiente, sin embargo, para una observación y una duda. La observación es obligada: el peronismo no cambia, si cambia las formas es para conservar la sustancia, el núcleo religioso en torno al cual se formó. Liturgias, ideas, lenguaje: siempre lo mismo. Todo cambia, el mundo cambia, el peronismo no puede, la fe no cambia.
Detrás de sus diatribas opacas, entre los pliegues de sus conflictos crónicos, la nada: nunca un congreso del partido, nunca un debate en la prensa, nunca una confrontación de propuestas. Una manda, los demás obedecen, los insultos vuelan, todo queda en familia: solo se disputan poder y gasto público.
La duda también es obligada: ¿Argentina es como el estadio de La Plata? ¿Son los argentinos como la multitud que lo llenó? En otras palabras: ¿existe todavía el país de la fábula peronista, el “pueblo” que cree en ella? ¿O la fábula ya no refleja al país y al “pueblo” que le creyó? No lo sé. Si se presenta candidata, Cristina Kirchner se enterará pronto. ¿O tendrá “miedo del encuentro con el pasado que vuelve”?
Fuente: clarin.com
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