Por Nicolás Lucca
Hace ya demasiado tiempo que olvidamos cuál es la función de la prisión de una persona: resocializar y quitarla de circulación hasta que aprenda a no hacer daño. Nunca contemplamos la venganza que es, en definitiva, lo único que esperamos todos cuando deseamos que alguien vaya preso. O sea: que se pudra en la cárcel.
En el caso de la corrupción X-treme Edition a la que nos acostumbramos durante los largos años de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, el daño fue tan grande que lo único que espera demasiada gente es verla tras las rejas. A ella, a Cristina. De hecho, pocos de los que siguen el juicio podrían mencionar al resto de los imputados, mucho menos cuáles son los hechos denunciados.
Pero paso a lo concreto. No me importa si van presos porque es prácticamente imposible. Hay un consenso político, una ley no escrita que reza que es un agravio a la democracia que un expresidente termine tras las rejas. Aparte, la edad juega en contra para cualquier intento de prisión. Entonces, más allá de la inhabilitación perpetua, hay algo que como sociedad deberíamos exigir y no olvidarnos jamás, ni con el paso de los años, de reclamar: que la devuelvan.
El derecho es primero reparador, resocializador y ejemplar. ¿Cuál sería el ejemplo de una sentencia sin que pase nada con el perjuicio?
Esto lo remarco por varios motivos. Uno de ellos es que, entre las penas del Código Penal, se encuentra la prisión, la inhabilitación y la multa. Nadie lo menciona aún, pero el artículo 259 bis del Código Penal establece que, respecto de los delitos previstos en el título concerniente a la administración en perjuicio del Estado, “se impondrá conjuntamente una multa de dos (2) a cinco (5) veces del monto o valor del dinero, dádiva, beneficio indebido o ventaja pecuniaria ofrecida o entregada”.
¿Conocen a alguien que se haya empobrecido tras un juicio por corrupción?
Según el alegato de la Fiscalía General ante los Tribunales Orales Federales, el perjuicio de la joda de las obras viales durante los doce años y seis meses transcurridos entre mayo de 2003 y diciembre de 2015 alcanza los 5.3 mil millones de pesos de 2022. Entonces, que vayan presos o no, me importa tres pepinos. ¿Encima que nos dejó rotos tenemos que mantenerla en prisión? Que devuelva 25 mil millones. Y que se actualicen por inflación, así sabe lo que se siente, de paso. Lola. Y no es venganza, eh. Que la devuelva y con creces.
En el mecanismo de Nestor hacía falta dinero para hacer política. Lo dijeron ellos mismos. El camino corto: ante la carencia de solidez para generar consensos, que haya platita. Pero cuando llegaron a la Presidencia ¿Qué seguía? Imposible desarmar el aparato e imposible dejar el Poder. Aunque quisieran, necesitaban del Poder para sobrevivir.
Cuando se inicia una maniobra de sobrefacturación extrema, no hay forma de no continuarla en el tiempo. Ejemplo: una obra de 1 millón que se cobra 20 millones. ¿Cómo se hace para, la próxima, cobrar un millón sin que nadie pregunte cuál de las dos está mal? Y eso es lo que sucedió con el cambio de autoridades.
Supongamos que le dan doce años de prisión e inhabilitación de por vida. Aunque pierda los fueros porque no gana nada el año que viene —algo imposible porque siquiera dan los tiempos para una sentencia firme– o aunque se los retiren como hicieron con Julio De Vido, nunca pisará una cárcel: cumple 70 años en febrero y sabemos que la ley es pareja para todos, salvo para ex militares y Robledo Puch. O sea: se va a su casa. La que elija de las 24 que tiene en Santa Cruz, los hoteles 5 estrellas o el calabozo de 250 metros cuadrados en el Complejo Penal Federal de Uruguay y Juncal.
Esta es una medida que quedó en nuestro sistema penal de cuando un señor de 70 años era un viejo, un anciano imposible de valerse por sí mismo. La lógica hoy indica que si te da la edad para ejercer la vicepresidencia de un país, podés cumplir con el resto de tus obligaciones. De hecho, es un debate que se considera respecto de las jubilaciones, donde señores de 80 años a cargo de sindicatos consideran que es un despropósito que pasados los 65 años un hombre deba trabajar. Y eso que lo hacen todos para que no se los coman los piojos por las jubilaciones de miseria que perciben.
Por eso, para que quede claro, repito: que la devuelva. Que tenga que explicarle a Florcita por qué nunca en su vida va a poder disponer de un peso porque la metió en un entramado delictivo contra su voluntad. Que tenga que explicarle a la nieta que su madre es pobre por culpa de la abuela.
Y no es crueldad, no se confundan: es igualdad ante la ley. Andá al kiosco a quedarte con algo que no es tuyo y me contás cómo te fue. Cuando te larguen, claro.
Crueldad es la miseria que desataron. Crueldad es el hambre, los muertos de Once, los ahogados de La Plata, los miles y miles de muertos en rutas no realizadas y recontra sobrefacturadas. Crueldad es lo que hicieron con todos nosotros, y esto incluye a los neurovírgenes que creyeron en un modelo de país de hinchada feliz en el que enriquecerse ilícitamente es un derecho permisible porque “nos devolvió la alegría” como si hubiéramos votado a la Payasa Filomena y no a una Presidenta.
Imaginate un hueso fracturado mal arreglado. ¿Sabés cómo se repara? No hay forma de solucionar este país sin dolor y hay responsables de que esto haya ocurrido. Los que agigantaron al Estado en veinte veces su tamaño y hoy no se puede achicarlo sin arruinar vidas.
Crueldad es ver ya a dos generaciones, la mía y la que me sigue, que miran con cariño a cualquier país porque es más viable que la Argentina, esta Argentina que vivió el ingreso constante de la mayor cantidad de divisas de su historia y hoy tiene los peores índices sociales de sus dos siglos de vida. Eso es crueldad, palurdos. No hay forma natural de creer que es cruel condenar a una delincuente a vivir como una jubilada sin que tenga una mínima chance de pisar la Unidad 3 de mujeres del Servicio Penitenciario Federal. Crueldad es no respetar los derechos humanos, no brindar las garantías de un proceso judicial. Crueldad es que nos condenen a nosotros a vivir en el país del “no pasa nada”.
Ahora hay gente asustada por la posibilidad de una condena y es ridículo saber que no son los acusados. Hay antikirchneristas rabiosos asustados por las consecuencias de una condena. ¿A qué le temen? ¿A no tener a qué oponerse o a las consecuencias negativas que pueda arrastrar en un grupo minúsculo de la sociedad la sentencia sin prisión efectiva? Esos apenas pudieron colocar un trending topic por un rato y en Twitter. Si fuera un factor de riesgo, hace rato que estaríamos con quilombos en serio.
¿Cómo le van a temer a un acto de justicia sobre algo que todos padecimos y vemos?
Después nos ofendemos con los dialoguistas. Los delitos no se solucionan electoralmente, se resuelven en la Justicia. Que “el olvido es la peor castigo” es una frase borgeana hermosa. Aplica para la vida, estimados. Y es tan subjetivo que no todos coinciden. Ahora, cuando nos dimos un Estado lo organizamos con principios básicos y elementales entre los que están que el que delinque tiene que afrontar las consecuencias. Pensé que tras lo sucedido a lo largo de los 40 años de democracia, entre obediencias debidas, puntos finales, indultos y anulaciones ya habíamos entendido que el único camino es la Justicia. Se ve que nos cuesta.
Y no jodamos más con el diálogo y el consenso. ¿Quieren sentarse a una mesa? No hay drama: decime qué posición tenés respecto del juicio. ¿Sostenés que es un acto de proscripción? No hay nada para consensuar. ¿Creé que la derecha neoliberal encarcela en la Argentina y no sabés dónde queda Venezuela o Nicaragua? Esperá en línea con la musiquita. ¿En lugar de una multimillonaria injustificable lo que ves es el loufer de otros millonarios? Andá al correo a reclamar la entrega del lóbulo frontal.
¿Cómo se podría generar un consenso con gente que sostiene que no hubo delito? ¿Qué garantía tenés de que no te van a pasar por arriba otra vez?
En cuanto se repare el daño, charlamos. Spoiler: no creo que ocurra ya que, sin ningún tapujo, aún dilapida la nuestra en vuelos que no le corresponde para ir a dormir a El Calafate.
Que devuelva lo que tenga. Que le embarguen hasta el último de los aritos para ser subastado. Que le embarguen todita la jubilación millonaria y tenga que vivir con lo justo y necesario para su subsistencia. Que tenga que hacer dedo o tramitar la tarifa social de la SUBE. En definitiva, no deja de ser el peor de los castigos: que tenga que vivir como una más de la sociedad que sus conductas delictivas generó. Después de todo, así la ven sus acólitos: parte del pueblo. Que les cumplan el deseo.
Ni siquiera hablamos de toda la guita de los subsidios, de los retornos del transporte, de todas y cada una de las cosas por las que nos volvieron locos por más de una década. Que sea ejemplificador. Porque, hoy, todavía tenemos la tara de suponer que un diputado puede llevar un estilo de vida de rico solo porque es diputado. Porque, aún en este 2022, todavía damos por sentado que, cuando alguien vive de la política, tiene mucho dinero. Y porque aún hay demasiada gente, realmente demasiada, que considera que los cargos públicos son para financiar el próximo paso político.
Que devuelva todo, más allá del decomiso de todas las estancias que tienen a nombre de Lázaro Báez.
Que la ponga toda y, si no tiene con qué, que se consiga un laburo.
O que se abra una cuenta en Cafecito y la mantengan sus fans. No es complicado. Puedo darle un tutorial.
Fuente: Relato del presente
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