
Tomó a Jesús como su modelo de vida. Fue un constructor de su propia fe y una guía segura para quienes se dejaban iluminar en la búsqueda de Dios. Su corazón vislumbró con claridad que la coherencia de los pasos es el carisma de la verdad. Cerca de la gente, cerca del hambre y sed de justicia, acercando el Pan de Vida preguntando poco y respondiendo mucho. Su precocidad por llevar la Palabra a los medios hizo escuela en Alem, en la radio y en la televisión. Un mensaje preciso, sencillo y con la calidez propia de quienes pueden enarbolar una bandera desde el mástil imprescindible de la credibilidad. Una exigencia que la ética le exige a los seres que invocan el sueño de un amanecer mejor. La adversidad en los caminos propios le fortificó su alma de modo irreversible .Una mutación salvífica que supo compartir para edificar a sus hermanos en la fe. En su apertura a la diversidad mostró que es posible desde el amor ascender hacia a lo alto. Siempre con el cuidadoso respeto por una identidad que tenemos tatuada en la misteriosa constitución de nuestro ser. Con la empatía de una sonrisa sincera y una mirada firme su presencia irradiaba confianza. Esa expresión afable invitaba a tener esperanza en el reino que predicaba con sus actos. Desde sus comedores comunitarios hasta su compañía a los enfermos, pasando por la asistencia a las múltiples peripecias de las familias en crisis, son el ejemplo de su entrega solidaria. Todo lo contrario del “careta “con que los jóvenes suelen estigmatizar a los hipócritas de turno. Una partida que nos deja una huella rica en enseñanzas y con la grandeza de su humildad. Pastor Jorge Fernández: Gracias por acercarnos al Camino, la Verdad y la Vida.
Compartir nota