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El país vive un momento extraordinariamente grave

Prof. Pablo A. Zubiaurre

Es claro que los países atraviesan estos momentos a lo largo de su historia; entonces sale a la luz su capacidad para resolverlos.

A diferencia del año 2020, hoy existe una experiencia que nos permite saber mucho más de lo sabíamos cuando se declaró la pandemia del Covid 19. Tuvimos un año para aprender y equiparnos; para pensar estrategias y también para vacunar. Una parte importante de la población de riesgo ya ha podido vacunarse. Un 13 % de la población del país tiene al menos una dosis. El porcentaje es bajo, pero si ese número de vacunas se aplicó a los trabajadores esenciales y a la población de riesgo, la situación debería implicar una disminución importante de los sectores más sensibles que necesitan ser defendidos.

Si la vacuna es efectiva, debería notarse en la situación. Si la población de riesgo es de alrededor de un 20-25 % y un 13 está vacunada, no hay manera de no entender que el problema debería ser menor que el año pasado.

Hay casi sesenta mil personas que ya no están, y hay más de dos millones y medio que ya contrajeron la enfermedad, y si bien pueden repetirla luego de algún tiempo, la lógica dice que ya cuentan con anticuerpos que los preparan mejor para resistir el Covid si se presenta.

Con todo esto, ¿por qué motivos la situación puede ser más grave que el año pasado?

Es una de esas difíciles respuestas a las que nos desafía nuestro País.

Intento abordar algunas líneas de explicación, y me pregunto ¿qué cosas están hoy peor que hace un año?

En primer lugar, diría que la primera herida es la confianza en las autoridades nacionales responsables de las medidas estructurales. La palabra ha perdido valor, y pareciera que es muy complejo salir de una situación como esta sin el aplomo necesario para ello. Si el Ministro Trotta dice a las 17 hs. que no se van a suspender las clases; si la Ministra de Salud dice lo mismo, y en un par de horas el Presidente suspende las clases presenciales, se hace difícil creer, por buena voluntad que se ponga.

Si se aplican medidas y se dice que en quince o veinte días se empezarán a ver resultados, y cinco días después se cambian esas medidas por insuficientes, me pregunto cómo pueden apreciarse resultados en un tiempo en el que nadie esperaba obtenerlos. Parece allí que está faltando aplomo para sostener la calma indispensable.

Arrancamos con un gobierno rodeado de especialistas y caminos apoyados en la ciencia; hoy el Presidente dice que “La medida la tomé yo, y me hago cargo yo.” De la misma forma habla de un “relajamiento del personal de salud” que es toda una afrenta al sector que más ha trabajado y arriesgado en todo este tiempo. Verdaderamente indignante.

Si el Gobernador de la provincia se deja influir por un tipo como Baradel, que todas las fuentes señalan como de decisiva influencia en la decisión tomada en relación a la suspensión de clases, ¿cómo confiar?

Si todos hablan del bajísimo nivel de contagio en las Escuelas, si se vacunó a los docentes para que pudieran dar clases presenciales, si todos sabemos que la educación es esencial y que tanto educativa como socialmente es indispensable para los niños; si todos sabemos que la educación virtual no solo no cubre la necesidad, sino que además aumenta la desigualdad: ¿Cuáles son las razones para que un gobierno que se dice popular, decida que no haya clases?

Dice el Gobierno que será solo por quince días. Muy bien. No sería tan grave. Pero, ¿quién le cree? Acá aparece la crisis de confianza y sin confianza es muy complejo gobernar. Cuando se toman medidas y no se logra esperar el tiempo que esas medidas necesitan a priori para influir, se invita a pensar en que esa ansiedad se acerca a la desesperación y el desconcierto. ¿Quién podría asegurar que estas medidas que se toman hoy tengan la vigencia que se les asigna? Creo que nadie.

Por otra parte, no hay medidas que sean efectivas si no cuentan con el compromiso de la ciudadanía. Se puede sacar al Ejército, se puede despedir a un Ministro -sería muy digno de parte del ministro Trotta si renunciara, pues con qué autoridad podría seguir siendo Ministro-, se pueden poner restricciones de todo tipo, pero sólo el compromiso de los habitantes hará de cada medida una medida exitosa.

Es grave que la palabra oficial no genere confianza; es grave que las autoridades no tengan el aplomo suficiente; es grave que de golpe aparezcan tipos como Aníbal Fernández diciendo que “hay que ir sobre los periodistas que critican las políticas del Gobierno”; es grave que las vacunas, que hoy son sinónimo de “vida” se apliquen en ocasiones con privilegios; cada exceso se hace más grave en esta situación.

Se habla de una oposición que obstruye; hace un año que la oposición en líneas generales, ha acompañado. Hoy se ven caminos menos claros, errores; hay tiempos concedidos, y es obligación republicana de la oposición marcar sus diferencias.

La crisis sanitaria dejó de ser una circunstancia para transformarse en una situación permanente. Cada opositor deberá medir la responsabilidad de sus afirmaciones, pero está en todo su derecho a hacerlo. Ninguna situación se soluciona callando a los que piensan diferente. Eso queda para las dictaduras.

Ojalá la suspensión de clases sea realmente temporal; ojalá el Presidente les pida a los trabajadores de la salud las disculpas que les debe; ojalá lleguen muchas más vacunas, rápido, y se le den a quienes más la necesitan; ojalá personajes funestos como Baradel vayan dejando de tener influencia, y los docentes sean valorados no en relación a ellos, sino por una actitud que veo generalizada de querer ir a las escuelas a dar clases, porque saben que los chicos las necesitan.

Generar confianza y recuperar aplomo, deberían ser en el futuro próximo los objetivos de funcionamiento fundamentales del Gobierno.

Si prima la soberbia, si no se le da valor a la palabra y no se mide su influencia, si las condiciones adversas llevan a la desesperación, la esperanza tambalea. Todos necesitamos que el Gobierno recupere estos atributos.

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