Se cumplen 39 años del cierre de campaña en Buenos Aires, tan emotivo como incomparable.
El 26 de octubre de 1983, a solo cuatro días del acto eleccionario que devolvería a los argentinos el ejercicio democrático, Raúl Alfonsín encabezó un acto único y memorable en la avenida 9 de julio, frente al Obelisco.
Podrán citarse diversas cifras sobre la cantidad de asistentes. La realidad es que jamás de vivió algo similar, acompañado no solo del fervor que aportaba el radicalismo, sino la avidez de un pueblo que estaba dejando atrás siete años de oscuridad.
“Argentinos, se acaba…, se acaba la dictadura militar. Se acaban la inmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrero. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción. Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra tierra”, comenzaba diciendo Alfonsín frente a una multitud donde predominaban las boinas blancas y los estandartes rojos y blancos, agitados ante sus enfáticas frases.
“Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país. La Argentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen los argentinos. Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el momento más decisivo del último siglo. Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo se construye la República. Ya no habrá más sectas de ‘nenes de papá’, ni de adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo que tenemos que hacer con la Patria”, continuó esbozando. “Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes vamos a decir cómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la lucha electoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias, dos posibilidades. Pero hay un solo pueblo. Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de los dos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidad de conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son los objetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y los hombres, para alcanzarlos. No es suficiente levantar la bandera de justicia social, hay que construirla y hacer que permanezca”.
Alfonsín no dejó de hablar de la construcción de un futuro de la Argentina. “Comenzaremos ya mismo para quienes menos tienen. Es por eso que yo hice un solo juramento: no habrá más niños con hambre entre los niños de la Argentina. Esos niños que sufren hambre son los más desamparados entre los desamparados y su condición nos marca con un estigma que debe avergonzarnos como hombres y como argentinos”, evidenciando su propósito para una sacar al país del ocaso y la desidia. Y aludía a la voluntad, de conseguir “cuanto antes una mayor igualdad, para que todos los argentinos puedan tener iguales oportunidades de desplegar su esfuerzo creador y contribuir con él al bienestar de todos”; de terminar “con los que están injustamente relegados porque la sociedad no les ofrece ni les permite lo que debe ofrecerles y permitirles en la Argentina justa y generosa que vamos a construir”; de acabar “con la falta de techo y comida, de educación y de salud, que castiga a tantos compatriotas y que nos priva a todos de la contribución que podrían dar a la Nación”; y de terminar “con la discriminación ejercida contra nuestras mujeres argentinas por la subsistencia de costumbres retrógradas”. Luego de 39 años, las premisas de Alfonsín no desentonan con la realidad de estos días…
La democracia estaba llegando, el entusiasmo ciudadano se palpaba y tras cada acto radical el contagio era mayor. Pero no fue lo único antes de las elecciones del 30 de octubre. Detrás del recitado del Preámbulo de la Constitución Nacional restaba un paso más para concluir el proselitismo: el cierre de campaña en el monumento a la Bandera, en Rosario.