En 1983 el pueblo argentino, postrado por la derrota militar en la guerra de Malvinas y por miles de compatriotas muertos y desaparecidos, puso en marcha con el radicalismo a la cabeza una tarea de reparación nacional.
Hemos tenido éxitos saludados por el mundo. No fue una tarea fácil y sin retrocesos, entre ellos, los ocurridos por un relato que pretendió, desde la hipocresía y con todo el poder propagandístico del estado, desacreditar los logros políticos de la democracia.
El sistema democrático está en franco declive en el mundo y la libertad y convivencia social están amenazadas. Se expresa en el auge de la ultraderecha que, ante la falta de ideas, solo ofrece iniciativas anodinas y estrafalarias. Igual que el kirchnerismo ella nos amenaza con el arsenal de la postverdad, el populismo demagógico y la estrategia de polarización. Esto es, con la consagración de la mentira, del facilismo y la discordia política y social para disfrutar del poder indiferente a sus propósitos.
En nuestro país se abona el peligro con el desprestigio de la política por la corrupción y. sobre todo, por nuestra gran deuda que es la inflación, que achicó a nuestra clase media, incrementó la pobreza y frustró el desarrollo.
Liquidar la inflación es una condición democrática y una obligación de los radicales por su doctrina progresista, la que nos distingue como el partido político de la equidad, la redistribución de la riqueza, la igualdad y la justicia en el reparto de los frutos del progreso tecnológico.
Debemos asumir los peligros de la tendencia mundial ultraderechista. Por sus amenazas autocrática y porque tientan a los conservadores a radicalizar su discurso desde los gritos, y a dudar de las reglas democráticas comunes que nos vinculan desde 1983.
En Argentina, es al sentido de esa democracia a la que el oficialismo provoca esta vez con la alteración de las reglas de juegos en pleno proceso electoral, como ya lo hacen en distintas provincias. Asumimos que el sistema de partidos se ha debilitado en el mundo, y que las coaliciones fueron la respuesta, también generalizada, para la disolución del poder.
Las PASO, como medio de selección de candidatos, aportó a que estuviéramos entre los países institucionalmente más estables, no obstante los malos gobiernos. La iniciativa de su derogación es extemporánea, oportunista, tramposa y se inscribe en las peores prácticas que debimos vencer desde 1983.
Desde una perspectiva de género, además, advertimos que será un retroceso de las conquistas de las mujeres para la igualdad al cargar con más tinta la lapicera de los machos alpha de la manada para disponer de la paridad a sus antojos. Las peronistas que luchan por la igualdad de oportunidades políticas deben resistir. También los peronistas que, con nosotros, enfrentaron estas trampas, y acompañaron al juzgamiento de los que atentaron contra la vida, la libertad y la democracia.
Especialmente apelamos a los radicales conversos que pongan en valor su esencia alfonsinista e impidan que prospere esta iniciativa antidemocrática. Todas y todos ellos deben renunciar si no pueden evitar la trampa. Nos estamos dirigiendo a los que están en los poderes ejecutivos, legislativos y en el sector político del servicio exterior. Les demandamos en nombre de la participación común y prestigio de la victoria de la fórmula Alfonsín-Martínez.
El kirchnerismo ha fracasado, condujo a la política a su desprestigio, al peronismo al infantilismo y a gran parte de nuestra juventud a la historicidad. Lo peor, con su relato hipócrita, nos quiso hacer desaparecer de la conquista de la democracia y como los mejores y más valientes en términos de defensa de los derechos humanos.
Hoy suma a sus prácticas nuevas iniciativas antidemocráticas en línea con los derrotados hace 39 años, aquel 30 de octubre de 1983 cuando vencimos a la dictadura militar, la burocracia sindical y al partido de la amnistía.
¡Volvemos a reivindicar, Democracia para siempre!
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