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Alfonsín, Perón y el golpe de 1930

Por David Pandolfi


Raúl Alfonsín recorría los reductos radicales en 1980 con un libro “La Cuestión Argentina”, en él explicaba cómo el momento bisagra de la historia del país el 6 de septiembre de 1930, él no era neutral con respecto a ese golpe, y lo explicaba como el punto donde comenzó la decadencia argentina, su análisis no era para una clase de historia, reconstruir una sociedad democrática y próspera era su obsesión, esta visión es común en los radicales en ver la serie infinita de golpes militares y la aparición de los nacionalistas tomando un espacio en la política (pues de eso se trató el gobierno de Uriburu) como el signo más claro de la decadencia. No era la visión de Juan Domingo Perón que participó en el golpe, algunos lo consideran un hombre de Agustín Justo en la fracción “liberal-conservadora”, y siempre reivindicó ese golpe de Estado, por eso su participación en la toma de poder con José F. Uriburu no es casual, para los desmemoriados les dejo la selfie.

Alfonsín sostenía en ese libro:

“La Argentina moderna tiene cien años, un siglo que se ha dividido por igual en la historia de su crecimiento y su decadencia. En 1880 muy pocos hubiesen podido adivinar que medio siglo más tarde, aquel país deshabitado, remoto y pobre, se convertiría en la primera Nación de América Latina, iluminaría al continente con su cultura, encontraría la estabilidad democrática y se ubicaría entre las primeras cinco naciones del mundo por su ingreso por habitante.

En cambio, en 1930, cincuenta años más tarde, muy pocos hubiesen podido imaginar que en 1980 Argentina llegaría a ser una Nación de segundo orden en Latinoamérica, que varias decenas de países lo precederían en el mundo, y que de aquel país rico y democrático, quedaría una sociedad arrasada por la intolerancia, la violencia y la decadencia económica.

“Hoy a medio siglo del 6 de septiembre de 1930, una fecha que marcó el punto de inflexión de nuestra historia, intentaremos exponer las razones que hicieron posible ese proceso hacia el subdesarrollo, la violencia y el autoritarismo”.

Hace 92 años comenzó una pendiente decadente que se inauguró con el golpe de Estado que un 6 de septiembre derrocó a Hipólito Yrigoyen. Los militares nacionalistas, deslumbrados con el fascismo italiano, y otros, nostálgicos de la Argentina conservadora previa a Yrigoyen conspiraban contra él.

Las cartas de Perón a su padre muestran el rechazo profundo que sentía por el caudillo radical: “…con respecto al desgraciado del peludo, que desgraciadamente para el país le llaman presidente cuando debía ser un anónimo chusma, como realmente lo es te contaré su última hazaña, propia de un cerebro desequilibrado, de un corazón marchito porque en él no se hace presente un solo átomo de vergüenza ni de dignidad, porque solo un anarquista falso y antipatriota puede atentar, como atenta hoy este canalla contra las instituciones más sagradas del país, como es el Ejército [ilegible] con la política baja y rastrera, minando infamemente un organismo puro y virilmente cimentado que ayer fuera la admiración de Sud América cuando contaba con un presidente que era su jefe supremo y que tenía la talla moral de un Mitre o un Sarmiento….. Todo ese legado honroso y sagrado lo ha destruido este canalla, con su gesto y su acción más digno de un ruso anarquista, que de un criollo.”.

Perón participó en el Estado Mayor que dirigió el golpe en el sector operaciones a las órdenes del Teniente Coronel Álvaro Alsogaray (padre del ingeniero) y su participación en la conspiración se puede leer en cualquier hemeroteca peronista narrada por el Gral. José María Sabore, en el libro “Tres revoluciones militares”.

Dos visiones enfrentadas sobre ese momento histórico alejaron a los seguidores de Perón, reclutador del golpe, y los radicales que lo sufrieron.

El sentir de Perón era el común de muchos de sus colegas de armas. También fue el comienzo del peregrinar de los militares nacionalistas, que tomaban el poder y no lograban mantenerlo, tuvo su primer episodio ese día. El surgimiento de la Legión Cívica -las camisas negras argentinas- fue la primera experiencia de una organización de corte fascista que hacía sus desfiles y mostraba su parafernalia en Buenos Aires, no sería la última la Alianza Libertadora Nacionalista (que terminó siendo la organización parapolicial del primer gobierno peronista), el fascismo clerical de Tacuara, y a su modo el neofascismo de los Montos, fueron las continuadoras de sus negras y violentas tradiciones. Uriburu y sus sueños fascistas fueron desplazados a la Provincia de Buenos Aires, donde tendrían continuidad de la mano de Manuel Fresco, pero no lograron consolidarse en el país. Tampoco la democracia, e inauguró cincuenta años de inestabilidad política, de represiones de todos los colores, y fueron el fin de los sueños del país potente que existía en 1930. La crisis de la época era vista como una consecuencia del gobierno de Yrigoyen, y la Argentina empezó un camino de atajos mágicos que nos llevó a retroceder en el concierto de las naciones. Alfonsín logró reconstruir la democracia en la Argentina, aunque los nubarrones del neofascismo asoman una y otra vez, y no pudimos en los cuarenta años posteriores reconstruir una economía que mejore el nivel de vida de la gente, lo cual genera que los nostálgicos de las soluciones mágicas, siempre autoritarias, afloren una y otra vez.  Es bueno recordarlo, no olvidarlo, aunque hayamos repetido la mala historia una y otra vez.

David Pandolfi

Fuente: “Nuevos Papeles”

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