Una vida en la que jamás renunció a ejercer los principios que lo catapultaron a la política.
El 11 de marzo de 1842, en plena etapa rosista, nació Leandro N. Alem. ¿”N” qué significa?, le preguntaron. “N de Nada”, respondió. En realidad, su segundo nombre era Nicéforo. Pero esto era tan solo una muestra de su personalidad. Un caudillo hijo de un almacenero que también tuvo un final lamentable.
Alem nació en la pobreza, pero sus sueños lo llevaron hasta la Universidad. Se recibió de abogado, fue legislador provincial y nacional, y senador, y tuvo un compañero inseparable por entonces: su sobrino, Hipólito Yrigoyen. Bregó por calidad de las instituciones, la honradez gubernativa, la libertad de sufragio y el respeto por las autonomías provinciales.
Participó en la construcción de la República. Peleó en varias batallas, no dudó en cambiar de tropa porque jamás se aferró a sus líderes. Creó el Partido Republicano con Aristóbulo del Valle y luego junto a Bartolomé Mitre fundó la Unión Cívica.
Impulsor y fundador de la Unión Cívica de la Juventud en 1889, de la Unión Cívica en 1890 de la que fue su presidente y tras la división de esta en 1891 funda y preside hasta 1896 el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical.
Diputado Nacional por la provincia de Buenos Aires en dos oportunidades por la UCR, cargo que ejerció hasta su muerte en 1896; diputado provincial y senador nacional por la Capital Federal fueron los cargos ocupados.
“No derrocamos al gobierno de Juárez Celman para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional”, dijo Alem en la Revolución del Parque, la génesis del radicalismo.
Dejó otras frases emblemáticas, como en 1895 en medio de la decepción que sentía por el momento que vivía: “Los radicales conservadores se irán con Don Bernardo de Irigoyen; otros radicales se harán socialistas o anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen, se irá con Roque Sáenz Peña, y los radicales intransigentes nos iremos a la mismísima mierda”.
También dejó acuñada “Que se rompa, pero que no se doble”, cuando cansado, enfermo y deprimido el 1º de julio de 1896 decidió poner fin a su vida. Tenía 54 años de edad.
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